Tránsito, 2012



Dime cómo mueres y te diré quién eres.
Octavio Paz.







Puerto de Veracruz. México.






Palacio de Bellas Artes. Ciudad de México.











Nuevo León. México.








San Rafael. Ciudad de México.












Ciudad de Guadalupe. Zacatecas. México.












San Ángel. Ciudad de México.











Puebla. México.













San Pedro Cholula. Puebla. México.












Guadalajara. México.













Perisur. Ciudad de México.









Nuevo León. México










Zona Rosa. Ciudad de México.







Iztapalapa. Ciudad de México.








Zona Rosa. Ciudad de México.









Guadalajara. México.










Pedregal. Ciudad de México.










Zona Rosa. Ciudad de México.









Palacio de Bellas Artes. México.








Querétaro. México.











Zona rosa. Ciudad de México.











Oaxaca. México.











Tlatelolco. Ciudad de México.











San Luis Potosí. México.










Querétaro. México












Guadalajara. México.












Huixquilucan, Estado de México.













Querétaro.México.







Iztapalapa. Ciudad de México.










Guadalajara. México.









Iztapalapa. Ciudad de México.









Puerto de Veracruz. México.







Pedregal. Ciudad de México.








Puebla. México.








Zona Rosa. Ciudad de México.







Iztapalapa. Ciudad de México.









Actopan. Hidalgo. México.









León, Guanajuato. México.










Oaxaca. México.









 Oaxaca.México.








Puebla, México.









Mérida. México.










Puebla. México.










San Luis Potosí. México









Zacatecas. México.












Iztapalapa. Ciudad de México.









Dolores Hidalgo. Guanajuato, México.








Huixquilucan, Estado de México.










Oaxaca. México.










Iztapalapa. Ciudad de México.












Dolores Hidalgo. Guanajuato. México.











León. Guanajuato. México.












San Ángel, ciudad de México.





*Proyecto producido con una Beca Jóvenes Creadores del FONCA






Tránsito o nuestra fugacidad

José Antonio Rodríguez
De pronto, la soledad. Han  pasado ya por esos espacios personas, lágrimas, dolor y memoria. Enfrentamientos con uno mismo, con lo irreductible. Es un rito de paso, ciertamente, tan relevante como un nuevo ser en la familia. Pero no, en este caso se trata de la ausencia, siempre lastimosa. Porque aquí ya se da un no estar con los otros. De abandonos mutuos, forzados, irremediables. Y por ahí quedarán los vestigios de  los objetos, no tanto inanimados –aunque siempre en su quietud- porque han sido habitados/usados por una intensidad de emociones. Son los resquicios y vestigios de las funerarias en este país. Lo que queda después del ritual: nuevos abandonos que han acogido una vitalidad fugaz. Tránsitos mutuos de quien se queda y de quien deja de estar aquí. Y no es ese un hábitat vacío, por el contrario ya desde ahí, desde ese aparente vacío, se sospechan las intensidades ahí dadas.
Humberto Ríos ha hecho un metódico registro de ese ritual de paso que se da en las funerarias de México. Sitios de encuentros fugaces. De transitoriedad, sí, porque nadie ha permanecido en esos ámbitos salvo por un breve lapso. Y de unas horas o de una noche han quedado sólo los objetos, la vaciedad de un mobiliario en algún momento abrigador. Espacios en donde sólo han permanecido las huellas. Residuos de un acto ceremonial multiforme y multiespiritual. Pero a diferencia de otros autores contemporáneos en donde lo explícito se deja asomar o bien no queda duda del entorno social que hoy, en este inicio de siglo, se vive en México, nuestro artista  ha acudido mejor a lo sutil y lo sugerente. Muy cerca de lo intangible, en la apariencia y en la presencia. Sus imágenes se vuelven así una construcción de sensaciones. Una búsqueda de las huellas de quiénes fuimos (una celebridad: la mullida alfombra roja que permaneció en el funeral del escritor Carlos Fuentes en la obra Palacio de Bellas Artes, México; la austeridad de esas bancas de plástico en la humilde funeraria de Mérida, México); o bien de quienes permanecieron en el acto post mortem deambulando por ahí. Permanecer, también sería  otro impulso que inunda la obra de Humberto Ríos. En tanto todos nos convertimos, generamos, somos (hacemos) residuos.  Pero una permanencia asomada, discreta, sumamente pasajera en su liviandad.
Y los espejos, aquí y allá, por momentos. Frente a los cuales el doliente en tránsito se enfrenta  a sí mismo.  De igual manera en que Jorge Luis Borges escribió un entrañable poema: Sin que nadie lo sepa, ni el espejo,/ ha llorado unas lágrimas humanas./ No pueden sospechar que conmemoran/ todas las cosas que merecen lágrimas. Acaso por eso también en un resquicio, por ahí, los pañuelos desechables, que no son requerimiento menor. Rincones en donde se medita la vida y la muerte. He ahí, entonces, lo frágil y lo etéreo: en esas alfombras plagada de improntas; en esos receptáculos de limpieza que llegan cuando todos se van; en esos bellos pétalos dejados para siempre; en esa flores humedecidas de agua bendecida; en esas tazas para el obligado café de noche; en esa pizarra en donde por última vez quedará un nombre inscrito; en ese listón que convoca a la memoria; en esos muebles de descanso para tiempos tristes.
Acudamos, entonces, a Bachelard en su esencial La poética del espacio. Él mismo, convocando al poeta  Milosz lo cita y se extiende: “`Vivir y morir en ese rincón sentimental, te decías; sí vivir y morir; ¿por qué no señor de Pinamonte, amigo de los rinconcillos oscuros y polvorientos´. Y todos los habitantes de los rincones vendrán a dar vida a la imagen, a multiplicar todos los matices de ser del habitante de los rincones. Para los grandes soñadores de rincones, de ángulos, de agujeros, nada está vacío sólo corresponde a dos irrealidades geométricas. La función de habitar comunica lo lleno y lo vacío”.
Tránsito es así una obra en donde una luminosidad lo permea todo, una luz que se filtra bañando lo objetos. Luces  que cruzan la imagen, que conforman, de pronto,  un estallido en un cuadrángulo iluminado, un segmento geométrico (de intensidad blanquecina que se dirige hacia la esperanza), que, paradójicamente lucha contra la penumbra, pero he ahí que con ello se conforma una cálida paleta de colores. Una tersura lumínica, cuidadosamente equilibrada, que suele determinar a la imagen y que no es más que la presencia de lo apacible. Eso también lo da la elegancia de líneas. Y las lámparas intimistas, de apenas unos cuantos trazos de luz. En conjunto con esas zonas cromáticas de la imagen que son ocres, blancas, rojas, como el mismo cuadro pictórico –aquí no hay casualidades- que aparece en una de sus obras (Puebla, México). Al lado siempre de la sombra, material/ inmaterial. Lo sombrío que permanece, pese a todo. En esos espacios que ya guardan toda una historia por más pasajero que el momento haya sido. Testimonios de tiempos y de los rituales que han coincidido por ahí, en esos rincones. Nunca ocasionalmente sino de manera precisa. En una cita inevitable en lo que todo coincide: lo interno de nosotros y nuestras exterioridades dispuestas para el ritual. En donde se dan y se revierten, entrecruzándose,  los sentidos: la presencia de la ausencia. Con todo, aquí lo irremediable se ha convertido en luminosidad. Y algo ha permanecido: la presencia, siempre, de quien ha habitado esos espacios. Efímera, sí, en mucho, pero siempre dejando permanencias. Y lo sabe Humberto Ríos: “Si tuviera que describir mi fotografía –escribe sobre su propia obra-, diría que parte del silencio y de lo inmaterial como ritual para explorar la condición humana y su fugacidad”. Él, ahora, en su obra, ha convocado todos los rastros de nuestras angustias.



Futuro Moncada Forero. Fragmento del texto Los Vasos Comunicantes: Colombia y México.

Humberto Ríos (México, 1983) neutraliza las referencias presentes en el inconsciente colectivo actual, mediante fotografías tomadas en salas de velación de distintos lugares de la república mexicana, mediante la supresión del drama humano. Su mirada no se orienta hacia el cuerpo, pero lo enuncia, lo deja entrever en los objetos compuestos con calma y rigor. Objetos que son el residuo y la huella de los vivos.
La serie “Tránsito” (2012) ocurre en un nivel velado de contacto aurático, sin aludir siquiera a las circunstancias específicas de la muerte; se trata de imágenes silenciosas, solitarias, apacibles; imágenes de la espera y el recogimiento, en las que no nos es posible saber nada acerca de los muertos, aunque la muerte exista y lo abarque todo, mediante la existencia casi escultórica de muebles y objetos en la penumbra.
Es así como surge una percepción inusual acerca de este escenario de tensiones. Ya sabemos que las funerarias se asocian frecuentemente a la pena, el recogimiento y la reflexión, sin embargo, en la serie, nos enseñan sus dinámicas internas, pero en ausencia, de manera sutil, como un enunciado del abandono que representa este último lugar de encuentro.  

               


Agradecimientos especiales: mi profundo agradecimiento a todas las personas que me han permitido llevar acabo este proyecto. En primer instancia al FONCA. Quiero agradecer especialmente  a Funerarias J. García López por permitirme recorrer sus diversas instalaciones en ciudad de México. De igual forma mi gratitud a Lomas Renacimiento,  Memorial San Ángel y al Palacio de Bellas Artes en ciudad de México.



Tránsito en Spleen Journal. 
Sitios últimos o la sigilosa mirada por Olivia Vivanco
http://www.spleenjournal.com/index.php?option=com_content&view=article&id=150&Itemid=62